Diciembre es un mes frío, muy frío, tremendamente frío, pero no sé qué clase de energías se activan ese mes que hacen que la gente se mueva y busquen el camino del yoga. Y eso fue lo que ocurrió el pasado tres de diciembre, que nueve personas fuimos a parar al Ashram de la GFU (Gran Fraternidad Universal) en San Martín de Valdeiglesias.

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Esta es la cuarta vez que voy al Ashram, la primera vez fue con catorce años, junto al grupo de yoga de mi madre, y las siguientes fueron con mi formación de maestra de Yoga, y más tarde con unos amigos. Pero esta vez fui en calidad de maestra de un maravilloso grupo de personas, incluido Iván, mi marido, que desde que empezó a caminar por este sendero, juró no desviarse jamás.

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El día comenzó frío al bajarnos del coche, pero en cuanto entramos en la sala hacía un calor muy agradable. Además nos encontrábamos junto al comedor, donde una pequeña estufa de leña hacía que oliera a “invierno”. Todo estaba meticulosamente limpio y con los adornos de Navidad reluciendo por doquier. El Belén esperaba a que llegara el niño Jesús, y las guardesas y cocineras del Ashram nos recibieron con una gran sonrisa.

Después de las presentaciones, nos pusimos manos a la obra, no sin antes decir alguna que otra asistente que “A lo mejor yo no voy a pueder hacer algunas posturas”. “¿Por qué, te pasa algo, estás lesionada?”. “No, es que no tengo elasticidad y estoy oxidada”. “Entonces vas a poder hacer todas”. En mis clases, si no es una postura haces otra, con mucho cuidado y amor, no estamos entrenando para formar parte del Circo del Sol.

Tras la clase de yoga, nos adentramos en un viaje al Templo Dorado, una meditación guiada al templo Sij más famoso de la India (podéis disfrutar de esta meditación en nuestro canal de YouTube: Centro Karma Dharma AQUÍ ). Y al regresar del templo, nos sumergimos en la práctica del Kirtan, canto devocional. Ukelele en mano cantamos a Ganesha, al señor Shiva, el Ek ong Kar Sat Guru Prasad, y finalizamos con Om Mani Padme Hum.

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Tocó la campana, era la hora de comer, ¡y qué felicidad!, porque si hay algo que me gusta de este Ashram en su comida. Las magníficas cocineras nos sirvieron un plato de arroz a la “cubana” con: arroz, lentejas, fideos, huevo frito, plátano frito y tomate natural triturado. Yo dije: “Qué fantasía es esta!”. Acompañando al plato fuerte, tomamos una sopa de verduras, una ensalada de lechuga, espinacas, zanahoria, cacahuetes y perlas de romero, y para cerrar, un postre de naranja que al parecer estaba hecho con gelatina vegana, vamos, una exquisitez. “¡Estaba to mu rico!”. Ah, y no podemos olvidar la infusión de menta del final.

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Con la tripa tremendamente llena, nos fuimos a pasear por los alrededores mientras nos debatíamos qué hongos eran boletus y cuales no, que yo pensé “Ya verás, van a coger unas setas y mañana aparecemos en las crónicas: Un grupo de hippies mueren por ingesta de setas”. Pero no, simplemente disfrutamos de aquel paraje que nos regalaba plantas de hinojo, romero, y rocas de musgo verde. Al regresar, Juan Carlos se subió a un columpio que colgaba de un árbol, tan largo como el columpio de Heidi.

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Eran las tres y media de la tarde y el cuerpo pedía siesta, tocaba nuestra sesión de Yoga Nidra, el yoga del sueño, que más de uno roncó en la clase, aunque no lo quiera reconocer (guiño, guiño). Y finalizamos nuestra siesta con un viaje de sonido con cuencos tibetanos, carillones de viento y gong.

Ahora venía una actividad diferente, el taller de masaje tailandés estilo Wat Po. Expliqué las tres opciones que había: Masaje de pies, Masaje de brazos y manos, o masaje de hombros, cuello, cabeza y rostro. Nos decantamos por la última opción y disfrutamos de una horita de relax. Después les comenté que al próximo taller podrían traerse a sus hijos para que lo aprendieran y se lo dieran a sus agotados padres en casa (risas que decían “Tú pides mucho”).

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Para terminar, una meditación. “¿Cómo?, más relax!”. Que no, que es una meditación en movimiento, ¡comunicación celestial! Así que, con nuestra coreografía de brazos, cantamos el Gobinde Mukande más marchoso que existe. ¡Qué felicidad! Y al terminar, el sol ya se había puesto, las siete de la tarde, había que marcharse. Compartimos nuestras sensaciones, experiencias, y las ganas de compartir nuevamente un momento así. Nos besamos, abrazamos y despedimos, prometiendo volver a vernos muy pronto, tan pronto como el cuatro de febrero, que ya tenemos reservado el día en nuestro amado Ashram. ¡Ni veinticuatro horas pasaron!

Solo queda decir que muchísimas gracias por esos momentos, por compartir vuestras historias, vuestras risas, miradas y silencios; por disfrutar del momento y ser simplemente quienes sois, vosotros mismos, sin prejuicios, sin estrés y sin miedo. Gracias, gracias, gracias.

Inma Martín del Campo Directora del Centro Karma Dharma

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